Happy 3 years


Ahí estaba yo, enfadada como de costumbre por no saber qué diablos hacer con mi pelo chamuscado y mis piernas poco bronceadas –muy poco bronceadas para ser agosto la verdad- Pues nada, un moño y un poquito de crema hidratante con purpurina, así brillaría más aquella noche. Y de repente me llaman y me dicen que el plan ha cambiado, que no es el de siempre, que andan aburridas y desean hacer algo nuevo…y yo me enfado. Sí, me enfado porque soy de ese tipo de personas que odian a muerte que le trastoquen los planes. 
Jo-der.  Con el nuevo plan iba fatal de tiempo pero al final, llegué. Eso sí, con una cara de perro rabioso que tardaron horas en quitarme.
Y ahora, tres años después pienso ¿Y si no hubiera accedido? ¿Y si hubiera insistido para mantener el plan principal? ¿Estaría aquí ahora mismo, escribiendo esto?
Pues no. No estaría escribiendo esto porque no tendría a nadie a quien escribirle. Afortunadamente esa noche me dejé llevar y olvidé por un momento lo mucho que me jode que me cambien un plan.
Gracias a mis amigas, por ser unas pesadas y no saber dónde poner el huevo.  

Gracias a él, por estar en el mismo lugar que yo aquella noche y no separarse de mí desde entonces. 



Lo que hubo, lo que hay y lo que no habrá

Todos somos conscientes de que el tiempo es algo determinante en nuestras vidas. El tiempo es como el tic tac de un reloj, ese sonido tan incómodo que te saca de quicio y te empuja a quitarle las pilas para así poder dormir en paz. El tiempo desgraciadamente nunca te deja vivir en paz, pues dicta cada instante, te indica los minutos que te quedan bajo la ducha o bajo las sábanas de tu cama, es el que te obliga a acelerar el ritmo de vida pues siempre llegas tarde; a clase, al trabajo, a casa, a una cita… siempre llegamos tarde, y si llegamos pronto, es porque hemos estado tan pendientes del tiempo que finalmente hemos terminado por rendirnos a sus pies.
¿Cómo podemos clasificar el conocido tiempo? Podríamos decir que existen dos tipos de tiempo: el que perdimos y el que nos queda.
El que perdimos no merece la pena explicarlo, pues todos lo conocemos. Cuántas veces querríamos volver hacia atrás para revivir un momento exacto en el que algo especial ocurrió. Siempre andamos pensando en el pasado, recordando buenos momentos algunas veces, malos otras tantas, pero la palabra perdido lo dice todo.
El tiempo que nos queda… ¿el que nos queda para qué? Es aquí donde surge el problema, tiempo a corto y largo plazo. Tiempo para terminar de leer un libro, tiempo que nos queda para ver a un amigo que vive fuera, tiempo para terminar la carrera, para encontrar trabajo, para formar una familia, hasta para abandonar el mundo. Tiempo en segundos, minutos, horas, días, bla bla y así hasta llegar a años. Dos años, siete, diez, treinta, quién sabe. Pero siempre calculamos el tiempo que nos queda para todas las acciones que queremos llevar a cabo.
Esta mañana una compañera de clase me ha confesado que anda estresada porque todavía le quedan por delante dos años en la universidad y ella ansía trabajar, cree que el tiempo se le acaba.  Yo optimista como pocas veces, he tenido que hacer de madre sabia y exponerle los problemas con los que los jóvenes nos encontramos actualmente. 
Es cierto que con el paso del tiempo el introducirse en el mundo laboral se ha ido dificultado, se han ido imponiendo barreras cada día más altas y gruesas, imposibles de escalar por alguien inexperto como ella o yo.
La crisis económica nos empuja hacia atrás y nos invita cortésmente a olvidarnos del trabajo por unos años, nos hace entender que la especialización, los idiomas, los másters, etc,  son las claves para el futuro; y yo me pregunto ¿es realmente necesario o simplemente una táctica para no aumentar las cifras de jóvenes que no encuentran trabajo en nuestro país? Quieren que sigamos estudiando, que no perdamos el tiempo buscando trabajo, un trabajo que nuestros padres consiguieron con facilidad pero que hoy en día, a esta edad, es imposible tener.
El tiempo que nos queda para alcanzar nuestras metas se multiplica por mil por cada minuto que pasa, el camino por recorrer cada día se ensancha y se alarga, como un chicle, que en cualquier momento perderá el sabor. Y somos nosotros quienes de tanto masticar terminamos perdiendo el sabor, ese sabor que es similar a las ganas de adelantar por la izquierda a todos aquellos que prefieren contar los minutos que quedan para que empiece un partido de fútbol en vez de contar los años que quedan para poder encontrar un trabajo.
Pensadlo bien, pues la crisis le está cogiendo gusto a esto de robarnos el tiempo que nos queda,  y a estas alturas, no hay tiempo que perder. 

Algo negro

"El silencio es lo que queda cuando todo se sabe y nada se espera"
J.R.

No quiero más bolsos en el suelo

Reconozco que no soy una apasionada de los planes de montaña como el senderismo o las acampadas, pero hoy he llegado a la conclusión de que es totalmente necesario tener una sillita de esas plegables que venden en Decathlon. Sí, esas que tienen la tela color verde militar y donde apenas cabe un culito respingón.
Mi madre hoy me ha preguntado: "Pero hija, si tu no te vas nunca de camping, ¿para qué quieres una de esas sillas?" 
Mi respuesta ha sido clara: "Mami, ¿es que tú no odias la sensación de verte obligada a dejar el bolso en el jodido y asqueroso suelo?"
Ella, entre risas, me ha contestado que sí, que en cuanto se despertase de su siesta iríamos juntas a Decathlon a comprar dos sillitas plegables, para así llevarlas siempre dentro del bolso y no tener que abandonarlos nunca más en el "jodido y asqueroso suelo".

Thanks for the memories

No acostumbro a dedicar entradas a nadie aunque algunas las escriba pensando en personas concretas, pero hoy sin saber por qué es un día especial. 
Por eso adjunto esta canción que tantas veces he escuchado, algunas veces por el ritmo, otras muchas por la letra, pero siempre porque me la enseñó ella. 
Porque cuando me subo en su coche ella sabe que tiene que ponerla, porque me apetece y porque su pelo dorado ilumina mi sonrisa día tras día. 



Hoy va por ti, guapísima

Jugando a inventar

Seguro que tú también has jugado alguna vez a inventar vidas ajenas al compás de la música que suena en tu reproductor mientras estás sentado en el autobús.

El trayecto es largo y hay tanta gente que empiezas a pensar… mmm esa señora que tiene cara de estrés seguro que está preocupada porque la tienda de precio único va a cerrar pronto, y aquel inglés que mira extraño por la ventana no se entera de que se ha equivocado de línea y que muy probablemente tarde horas en llegar a su destino. Y esos abuelitos que cargan infinidad de bolsas de la compra se van a casa pronto porque el calor empieza a ser asfixiante. Y luego está esa mujer con tres hijas, una todavía dentro de la barriga, cansada, con mil ojos puestos en las pequeñas rubias que arman follón en el autobús. Tiene que llegar pronto a casa porque tiene que hacer la comida, su marido está al caer y a las 4 tiene reunión de trabajo en el centro.
Algunos van con prisa, otros en cambio vamos relajados, jugando a inventar historias de vidas que jamás conoceré.

Cuando llego a mi parada y camino a casa me pregunto ¿habrá jugado alguien a inventarse mi historia? ¿Qué nombre me habrán puesto? 
¿Se preguntarán por qué había cogido ese autobús y por qué me había parado en ese lugar? ¿ Y cuál era mi destino?
Muchas veces me centro en la vida de los demás sin darme cuenta de que ahí fuera puede haber alguien que dedique unos minutos a centrarse en la mía.
Creo que mañana cuando me suba al autobús me dedicaré a mirar a todos los pasajeros y pensaré... ¿cuál de ellos estará inventando mi historia?

Sieben

Siempre está la típica persona que me dice que eso de creer en los números y en los astros es una absoluta estupidez, y posiblemente lo sea. Pero qué quieres qué te diga, no puedo evitar pensar que cuando miro la hora y veo que son las 13:13 es porque él está pensando en mí, al igual que siempre que dejo de leer debe ser en el comienzo de un capítulo con un número impar. Para mí es absolutamente imposible dejar los números a un lado. 
Eso de que el 7 es el número de la suerte y el 13 el de la mala suerte no es pura coincidencia, y él lo sabe, ni los 7 enanitos ni la fila número 13 ausente en los aviones.  Al igual que las 7 Maravillas del mundo, las 7 colinas de Roma, las 7 vidas que tiene un gato y los 7 colores del arcoíris.
No es coincidencia que para mí la más bella de las Maravillas seas tú, ni que quisiera tatuarme la palabra Roma, ni que sería capaz de morir hasta siete veces por ti, ni que mezclaría todos los colores del mundo para darte a ti el más bonito. 

Amistad con unos zapatos

Es cierto que en las mañanas de verano me cuesta más de lo normal despegarme de las sábanas, pero era lunes, 23 de agosto y tenía cosas que hacer en el centro de la ciudad. Mientras caminaba lentamente debido al calor de verano, sin darme cuenta me detuve ante un escaparte que estaba repleto de zapatos de tacón.
Estuve diez largos minutos contemplando cada unos de los zapatos que había, todos eran de colores preciosos, de tacón alto o bajo, sandalias, botines, salón, de piel, de ante, con detalles de pedrería, con lazos, con cierres dorados, con cremalleras... Por un momento se me olvidó que esa mañana había madrugado para recoger una pulsera que mi madre había dejado a arreglar y entré en la tienda sin poder remediarlo y adquirí un par esos zapatos.

Al principio los utilicé diariamente hasta que fui consciente de que si seguía así, terminarían rompiéndose. Poco a poco los dejé de lado pero siempre fueron mis preferidos.
De tanto utilizarlos se hicieron pequeños rotos, se agrandaron, tuve que hacer agujeros de más para que se adaptasen del todo a mis tobillos, les di con un trapito cuidadosamente día a día y siempre que los llevaba conmigo temía que se rompiesen un poquito más.
En algunas ocasiones me enfadé con ellos pues me hacían daño, en otras en cambio los miraba con amor y les decía cuanto los quería y en cuántos buenos momentos me habían acompañado. Con ellos salí a bailar, fui a cenar, a comer y a merendar, me los llevé de bares y me tumbé con ellos en el césped, sólo me quedó irme con ellos a la playa pero eso era sobrepasar los límites.

Reconozco que los usé más de la cuenta, que los presioné para que siempre me fueran fieles, que los castigué con dureza cuando me hicieron heridas y que en cierto modo, los quise más de lo que debía.
Hace poco uno de ellos se quedó sin tapa y sin ella lamentablemente, no se puede caminar. Los miré durante horas pensando en si debía arreglarlos o dejarlos descansar, pues después de tantos años trabajando quizás se merecían una buena jubilación por todo lo que habían cotizado.
Después de mucho pensarlo decidí guardarlos en su caja, sin arreglar y dejarlos descansar. Han estado muchos años a mi lado y ellos saben que siempre serán mis preferidos y que ningún otro modelo los podrá reemplazar,  pero siempre llega el día en el que hay que guardarlos en su caja, cerrarla para siempre y comprar unos nuevos para que me acompañen en lo que me queda de camino.
Afortunadamente siempre podré mirar hacia atrás y saber que durante muchos años, aquellos zapatos me hicieron feliz y por muchos zapatos que me compre, ellos siempre serán los primeros.

Pérdidas y ganancias

Durante cinco largos años de mi vida estuve trabajando como contable, llevando las cuentas de una pequeña tienda escondida en un pueblo de casitas blancas rodeadas de costa. Cierto es que la tienda era mía y por ello controlaba las entradas y salidas, las pérdidas y las ganancias, analizaba la situación de mi negocio y aunque las cifras nunca se me dieron bien, conseguí hacer un buen trabajo.

Un día corrí detrás de un sueño y me lancé a vender mi pequeña tienda que durante tanto tiempo había estado decorada con estanterías de madera con un toque blanco roto, con espejos a juego, discretas butacas para que mis clientas se sentasen a probarse los zapatos y lámparas con cristales que cada mañana creaban arcoíris en las paredes de mi pequeño local.

A pesar de desprenderme de él, sigo llevando cuentas diarias y aunque los zapatos ya no sean los protagonistas, sigo controlando la situación de mi propio negocio, el que realmente me da de comer, mi vida.
Cada día apunto en mi libro de cuentas particular las pérdidas y ganancias, el número de sonrisas que muestro al mundo, anoto cada paso, cada lágrima, cada temor, cada escalofrío, cada abrazo, cuántos cigarrillos me fumo al día, cuántas veces discuto y cuántas veces pido perdón. Todo ello bien detallado, por un lado lo que está a corto plazo como los besos y los "te quiero" y por otro lado, el largo plazo donde se encuentran mis sueños y mis ilusiones.
Apunto mis inversiones, decaimientos, posibles negocios con el amor y probables situaciones de crisis emocional. 


Como ya dicho, un día corrí detrás de un sueño y en el invertí todo lo que tenía, he estado siete años arriesgando y perdiendo, pero los sueños sueños son y siempre hay que invertir en ellos porque de ese modo tu conciencia no podrá sorprenderte un día diciéndote "tendrías que haberte arriesgado".
Hoy me desprendo de mi activo más preciado y dejo de invertir, pues mi vida debe mantenerse a flote y no puede permitirse esas derramas emocionales. Por tanto, convierto lo que un día fue ilusión en pérdida,  pérdida que jamás lograré recuperar, pues cuando se pierde algo lamentablemente es para siempre.


Ilustración por Ignasi Monreal



El coche con flores

Un día sales a la calle con la tostada en la mano y el pelo alborotado. Tienes prisa por llegar a ese lugar pero de camino te cruzas con un Mercedes Benz de la clase C, decorado con lazos blancos en las puertas y flores en el capó y te paras a pensar en cuando soñabas con lámparas de diseño, sofás chester , dos coches en la puerta de casa y viajes rodeando el mundo cada año.
Soñabas con una vida perfecta que vendría después de ese día al que llaman “el más feliz de tu vida”, pero cuando el Mercedes se detiene ante la luz roja de un semáforo recuerdas que un día comprendiste que los muebles caros y los viajes no aseguran la felicidad y que un vestido blanco, un coche con flores y arroz a la salida de una iglesia no son necesarios para estar toda una vida juntos.
Y después de recordar todo eso sonríes pensando “muy bien, ahora sólo llegas cuarenta minutos tarde”. 








Agradezco al gran artista y gran amigo Nacho, Ignasi Monreal para los amantes de sus obras, por darme carta blanca para iluminar mi blog con sus estupendos dibujos.


Ilustración de Nacho Monreal


El camino a elegir

A las plantas hay que cuidarlas. Algunas necesitan cuidados diarios y otras son más independientes, pero a todas hay que mimarlas, regarlas y decirles lo guapas que son. Algunas personas les ponen música porque creen que saldrán más bellas, otros les tiran el humo de sus canutos porque piensan que de ese modo colocarán más.
Ayer salí a mi jardín y contemplé todas las platas que residían en él y me di cuenta de que la que más me gustaba era aquella que pasa desapercibida y que apenas requiere de cuidados. Suena raro pero me sentí identificada por primera vez con algo tan natural como era esa enredadera que ha ido creciendo desde hace más de diez años, que se ha adaptado a las paredes de mi casa y que ha crecido y haciéndose hermosa con el paso del tiempo.
La falsa vid me hizo ver que ella, como yo, ha ido eligiendo su camino, extendiendo sus ramas por donde ella quería.
Muchas veces la enredadera se enreda ella sola y tarda en elegir si ir hacia la derecha o hacia la izquierda, no sabe que lado le llevará a la luz del sol, pero siempre termina acertando.
Como yo, que elija el camino que elija, siempre acierto, porque como hace la enredadera de mi casa, elijo el camino que quiero.
Ilustración de Shinoflow

Ich liebe dich

Alguien me dijo una vez que el verdadero amor era el que te hacía reir y llorar todos los dias.

Los besos llegan con un año de retraso

El sol aún está durmiendo, él sale de la cama y se dirige al cuarto de baño. Entra en la fría ducha pero pronto siente el calor. Se permite estar quince minutos mientras asimila que comienza la semana y que tiene demasiadas cosas que hacer. Se viste sin prisa aunque debería haber salido ya de casa. Toma café con tres cucharadas de azúcar, como a él le gusta.
Salta a la calle y empieza a caminar mientras suena With me, su canción favorita. Él tampoco quiere que ese momento termine, aunque todavía no haya comenzado.
Hoy está convencido, dejará sus preocupaciones a un lado y empezará a actuar con el corazón y no con la cabeza, como siempre hizo. Nunca quiso una mujer a su lado pero su mentalidad ha cambiado gracias a ella.
Cuando la ve y cruza la calle deja de ser el soltero que siempre fue y empieza a sentirse como un hombre enamorado, a pesar de que nunca quiso serlo.

Aprender

Después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calor del sol quema. Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Gracias, Jorge Luis Borges. Contigo uno siempre aprende

Mi primer día

Son las cinco de la mañana, las calles aún no están puestas y la gente duerme. Ella no. Está cubierta por un edredón de plumas que la protege del frío y que impide que tirite, como de costumbre. Mira la hora y se sorprende, es demasiado tarde para acostarse y demasiado pronto para meterse en la ducha. Decide saltar al frío de su habitación y encenderse un cigarrillo sin tener en cuenta que diez caladas a esas horas borrarán cualquier marca de sueño. Pero ella no quiere dormir, prefiere mantenerse despierta, al fin y al cabo durmiendo se pierde el tiempo. Coge el libro que está sobre el escritorio, lo compró una tarde en una tienda de la capital. Ha estado tan ocupada que no ha podido comenzarlo y parece que esa madrugada tampoco empezará a leer. No quiere pasar página, prefiere centrarse en el título y crear su propia novela.
“El primer día”… ¿El primer día para qué?
Hay tantos primeros días…