Durante cinco largos años de mi vida estuve trabajando como contable, llevando las cuentas de una pequeña tienda escondida en un pueblo de casitas blancas rodeadas de costa. Cierto es que la tienda era mía y por ello controlaba las entradas y salidas, las pérdidas y las ganancias, analizaba la situación de mi negocio y aunque las cifras nunca se me dieron bien, conseguí hacer un buen trabajo.
Un día corrí detrás de un sueño y me lancé a vender mi pequeña tienda que durante tanto tiempo había estado decorada con estanterías de madera con un toque blanco roto, con espejos a juego, discretas butacas para que mis clientas se sentasen a probarse los zapatos y lámparas con cristales que cada mañana creaban arcoíris en las paredes de mi pequeño local.
A pesar de desprenderme de él, sigo llevando cuentas diarias y aunque los zapatos ya no sean los protagonistas, sigo controlando la situación de mi propio negocio, el que realmente me da de comer, mi vida.
Cada día apunto en mi libro de cuentas particular las pérdidas y ganancias, el número de sonrisas que muestro al mundo, anoto cada paso, cada lágrima, cada temor, cada escalofrío, cada abrazo, cuántos cigarrillos me fumo al día, cuántas veces discuto y cuántas veces pido perdón. Todo ello bien detallado, por un lado lo que está a corto plazo como los besos y los "te quiero" y por otro lado, el largo plazo donde se encuentran mis sueños y mis ilusiones.
Apunto mis inversiones, decaimientos, posibles negocios con el amor y probables situaciones de crisis emocional.
Como ya dicho, un día corrí detrás de un sueño y en el invertí todo lo que tenía, he estado siete años arriesgando y perdiendo, pero los sueños sueños son y siempre hay que invertir en ellos porque de ese modo tu conciencia no podrá sorprenderte un día diciéndote "tendrías que haberte arriesgado".
Hoy me desprendo de mi activo más preciado y dejo de invertir, pues mi vida debe mantenerse a flote y no puede permitirse esas derramas emocionales. Por tanto, convierto lo que un día fue ilusión en pérdida, pérdida que jamás lograré recuperar, pues cuando se pierde algo lamentablemente es para siempre.
Apunto mis inversiones, decaimientos, posibles negocios con el amor y probables situaciones de crisis emocional.
Como ya dicho, un día corrí detrás de un sueño y en el invertí todo lo que tenía, he estado siete años arriesgando y perdiendo, pero los sueños sueños son y siempre hay que invertir en ellos porque de ese modo tu conciencia no podrá sorprenderte un día diciéndote "tendrías que haberte arriesgado".
Hoy me desprendo de mi activo más preciado y dejo de invertir, pues mi vida debe mantenerse a flote y no puede permitirse esas derramas emocionales. Por tanto, convierto lo que un día fue ilusión en pérdida, pérdida que jamás lograré recuperar, pues cuando se pierde algo lamentablemente es para siempre.
Ilustración por Ignasi Monreal
Las pérdidas se recuperan con un poco de esfuerzo y con atención a nuevos proyectos, que individualmente pueden ser tanto o más rentables que las sociedades..
ResponderEliminarEl hecho de invertir en nuevos proyectos puede ser beneficioso. Bien es cierto que conlleva un riesgo; un riego que, queramos o no, es menos mucho menos peligroso y doloroso que un posible reproche de tu conciencia, un -como bien dices- "tendrías que haberte arriesgado".
ResponderEliminarAún así, al libro de pérdidas y ganancias siempre le quedan páginas por rellenar. Páginas que siempre son susceptibles a sorpresas.